El 26 de julio de 1952 murió Eva Duarte, esposa del presidente Juan Domingo Perón, luego de una larga y penosa agonía. Definida por las multitudes que la amaron como “la abanderada de los humildes” y por las comunicaciones oficiales y la prensa afín al peronismo como la “Jefa espiritual de la Nación”, o simplemente "Evita", más que por el rótulo formal de “Primera Dama”, su agonía, su muerte y su sepelio fueron un tema de estado, tanto para los propios como para los opositores.
Pero el drama por su enfermedad no terminó con su muerte, sino que se abrió una lucha de poder, intrigas y disputas más dignas de una obra de ficción – disparatada- que de hechos históricos.
Evita murió de cáncer de cuello de útero a menos de seis meses de las elecciones que le dieron un segundo mandato a Perón, que había comenzado en junio de 1952. Es decir, que el peronismo estaba en su esplendor, más allá de la oposición y de algunos intentos fallidos de levantamientos militares, se estaba lejos de aventurar lo que sucedería en 1955.
¿Por qué embalsamaron a Eva Perón?
En ese contexto de solidez política, pensando en algo así como una “eternidad peronista”, se decidió embalsamar el cuerpo de Eva y después de un largo período de velatorio (entre el 27 de julio y el 9 de agosto), en la Secretaría de Trabajo y Previsión, fue llevado al Congreso de la Nación, para rendirle honores. Desde allí, fue llevado a su primer lugar de descanso, la Confederación General del Trabajo, con la idea de que luego sea puesto en el Monumento al Descamisado (que nunca se construyó) para que sea su tumba definitiva.
Derrocado el gobierno de Perón el 16 de septiembre de 1955, bastaron unos meses para que se planificara lo impensado: el secuestro del cadáver de la mismísima CGT. Esto se produjo durante la noche del 22 de noviembre de 1955, por órdenes directas del general Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto. Fue un comando de marinos al mando del teniente coronoel Carlos de Moori Koening quien entró por la fuerza al edificio, destruyó un busto de Evita en el primer piso y forzó la puerta de la capilla del segundo piso donde se había montado una capilla para honrar a Evita.
El secuestro del cadáver de Eva Perón
No sólo quemaron banderas argentinas que estaban dispuestas sobre el cadáver sino que, en un acto de salvajismo y odio impensables, orinaron sobre los restos de Eva Perón, antes de llevárselos. Durante tres días, el cadáver fue llevado a deambular por diferentes puntos de la ciudad de Buenos Aires para no levantar sospechas, dentro de un camión. Tal fue la paranoia de los secuestradores y de Moori Koenig que una noche, los militares mataron a una mujer embarazada creyéndola un “comando peronista” que pretendía recuperar el cadáver.
Poco después, Aramburu destituyó a Moori Koenig y le encargó a coronel, Héctor Cabanillas, la tarea de sepultar clandestinamente los restos de Evita. A esa “tarea” la nombraron “Operación Traslado” y fue el entonces teniente coronel, luego presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, quien contó con la ayuda de un sacerdote, el padre Francisco Rotger, nexo con las autoridades de la Iglesia Católica, a través de la orden de los paulinos, el padre Giovanni Penco y el papa Pío XII.
En abril de 1957, después de tanto peregrinaje, el cuerpo de Evita fue embarcado en secreto en el barco Conte Biancamano, rumbo a Génova, Italia, bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistris” y fue enterrado con ese nombre en la tumba 41 del campo 86 del Cementerio Mayor de Milán. Durante 15 años, nada se supo oficialmente de su destino. Juana Ibarguren, madre de Evita, recorrió mil despachos reclamando su restitución.
Entretanto, se crearon mil mitos que nunca se comprobaron. Entre otras cosas, se dijo que los secuestradores habían realizado tres copias de cera del cadáver, para enviarlas, también bajo nombres falsos, a otros cementerios de Italia, Bélgica y Alemania Occidental.
Montoneros y el secuestro de Aramburu
Cuando en 1970 la organización guerrillera Montoneros comenzó su accionar, “se presentó en sociedad” secuestrando a Aramburu y entre otras exigencias, estaba la restitución de los restos mortales de Eva Perón, cosa que no sucedió, sino hasta más de un año después, cuando Lanusse, ya como presidente de facto de la Argentina, le encargó al coronel Cabanillas la organización de la devolución del cadáver al expresidente Perón, que entonces vivía en la España que gobernaba desde hacía décadas Francisco Franco.
El cadáver de Evita fue desenterrado de la tumba clandestina en Milan y devuelto al general en su casa del Puerta de Hierro. A los restos le faltaba un dedo, cortado intencionalmente, y tenía un aplastamiento de la nariz, producto de tantos movimientos sin el más mínimo respeto. Miguel Bonasso y Tristán Bauer realizaron un documental llamado “Evita: La tumba sin paz”, donde muestran las fotos que le sacó Perón al cadáver cuando lo recibió, y escondió bajo siete llaves para evitar más enfrentamientos de un lado y otro de aquella grieta.
Eva Perón, única e irrepetible
Recién el 17 de noviembre de 1974, muerto ya Perón, la presidenta María Estela Martínez fue quien logró traer de nuevo a la Argentina, casi 20 años después de su secuestro el cuerpo de Evita y lo llevó a la quinta presidencial de Olivos. Así como Perón proyectó un mausoleo para que descansaran sus restos, Isabel comenzó a proyectar el “Altar de la Patria”, un gran mausoleo para albergar los restos de Perón, Eva, y los próceres de la Argentina, como símbolo de unión nacional.
En 1976 la dictadura militar que derrocó a Isabel le devolvió finalmente el cuerpo a la familia Duarte, quienes dispusieron que fuera ubicada en la bóveda que su familia posee en el Cementerio de la Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires, lugar en el que se encuetra desde entonces.
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