Los doctores Cossio y Taiana pusieron al tanto a María Estela Martínez de Perón de la gravedad del cuadro que presentaba su esposo. Aconsejaron, además, la redacción y difusión de un comunicado en el cual se mencionara la real situación del paciente, iniciativa que fue aceptada. Ese comunicado fue firmado a las 19.30 y decía así: “El excelentísimo señor Presidente de la Nación, teniente general Juan Domingo Perón, padece desde hace 12 días una broncopatía infecciosa que por su intensidad ha repercutido sobre su antigua afección circulatoria central. Se aconseja proseguir con reposo absoluto y asistencia médica a fin de cubrir cualquier eventualidad”.
Esa noche, los doctores Cossio y Taiana pernoctaron en Olivos. El paciente durmió bien y pasó sin sobresaltos la mañana del sábado 29. De todos modos, se decidió llevar adelante el traspaso del mando presidencial, hecho que ocurrió en horas del mediodía. Antes de ello, el general Perón procedió a firmar el decreto de aceptación de la renuncia al cargo de embajador argentino en México del ex presidente Héctor J. Cámpora. En una de las muchas paradojas que ofrece la Argentina a lo largo de toda su historia, éste fue el último decreto que firmó Perón.
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Recuerda ese momento el doctor Cossio hijo: “Ante la situación de salud de Perón, cada vez más precaria, el 29 de junio él mismo decide transferir el mando presidencial a la vicepresidenta, la señora María Estela Martínez de Perón; pero también, por propia decisión y para dejarlo bien en claro para la historia de su partido y de la Argentina, decide, como último acto de gobierno de su mandato (y de su vida) previo a la transmisión del mando, aceptar la renuncia del doctor Héctor J. Cámpora como embajador; y para exteriorizar la contrariedad que le había causado su gestión, pide expresamente que en el decreto correspondiente de aceptación de dicha renuncia ‘no se agradezcan los importantes y patrióticos servicios prestados’ como es de práctica. Así se hizo, y al firmar dicho decreto cerca del mediodía del 29 de junio, con su lapicera perforó el papel, que había sido apoyado sobre un almohadón blando: de esto fue testigo presencial mi padre, el profesor doctor Pedro Cossio, que le alcanzó y colocó el almohadón para la firma, y siempre mencionó lo impresionado que quedó al ver la convicción con que Perón ejecutaba ese acto, tan enfermo”.
En la residencia presidencial todos eran conscientes de estar en presencia de un drama que se acercaba a un desenlace fatal. Sin embargo, nada de ello se reflejaba en los comunicados de la Secretaría de Difusión. Así, el comunicado 184 decía: “Es un deber informar a la población, ante contradictorias versiones respecto de la salud del teniente general Perón, que su afección ha experimentado una sensible mejoría en las últimas horas”.
En la tarde de ese sábado, el general Perón cayó en un estado de sopor, por lo cual pasó dormido el resto del día. Hay que recordar que se le había administrado morfina para el edema agudo de pulmón y que la incipiente insuficiencia renal se iba agravando. El domingo 30 de junio a las 8 de la mañana los doctores Cossio y Taiana, que habían pasado la noche en la residencia de Olivos, examinaron al presidente, tras lo cual firmaron el segundo parte médico, manifiestamente contradictorio con el contenido de los comunicados que venía emitiendo la Secretaría de Prensa. Decía el parte médico: “En las últimas 24 horas, el señor teniente general Juan Domingo Perón no ha experimentado sensibles modificaciones. El paciente prosigue en reposo absoluto y constante tratamiento médico”.
Ese mismo día, a las 18.30, se emitió el tercer parte médico firmado por los profesores Cossio y Taiana. “En las últimas 24 horas el señor teniente general Juan Domingo Perón ha experimentado una favorable evolución de su cuadro clínico. Continúa en reposo y tratamiento médico”. A pesar de lo expresado en este último parte médico, la realidad era absolutamente distinta. Lo percibió de inmediato el doctor Seara al tomar su guardia en la mañana de ese domingo: “Había un incesante desfilar de gente expectante, pero se vislumbraba algo que no se quería aceptar: las alteraciones del electrocardiograma eran cada vez más manifiestas y el sopor de Perón hacía parecer irreversible el cuadro. El clima era realmente tenso. Hicimos guardia con el doctor Cagide.
El estado de Perón era cada vez más crítico. Prácticamente nos encerramos en lo que era su dormitorio, donde estaba todo el equipo de monitoreo telemétrico, mientras él estaba en esa cama ortopédica, en un vestíbulo que tiene la Residencia Presidencial en la planta alta que da hacia atrás, es decir, hacia las vías del ferrocarril. Realmente era muy difícil salir de esa habitación sin tener la sensación de que uno podría estar ausente en un momento crucial, porque nos reunimos allí no sólo nosotros, sino también algunas personas más que concurrían en forma intermitente: López Rega, Isabel, etc.
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”El horario de guardia terminaba aproximadamente a las nueve de la mañana, aunque los últimos días era muy laxo, ya que tratábamos de demorarnos cuando salíamos y de estar un poco más temprano cuando entrábamos. Ya compartíamos eventos que evidenciaban, incluso para cualquier observador médico no involucrado en la salud de Perón, que éste sobreviviría pocos días”.
Los profesores Cossio y Taiana decidieron pasar la noche nuevamente en Olivos. También ellos presentían que el final era inminente. Y no se equivocaron. La noche estuvo llena de sobresaltos. El paciente se mostró desasosegado; a las tres y media de la mañana del lunes 1° de julio su ritmo cardíaco se vio alterado por la aparición de extrasístoles ventriculares en salva que representaban un gran riesgo para su vida. A pesar de ello, por la mañana, el general Perón pareció estar mejor, según registró la mucama: “El lunes 1° de julio Isabelita llamó a una reunión de gabinete de ministros. Y Perón le dijo ¿justo hoy tiene que ser? Yo estaba al lado. Después se levantó de la cama y se sentó en un sillón”. A eso de las nueve y media de la mañana de ese día, la vicepresidenta a cargo del Poder Ejecutivo da comienzo a su primera reunión de gabinete.
Todos fingían vivir una normalidad que sabían era irreal. Nadie prestaba demasiada atención a lo que allí se decía. Cada uno de los presentes estaba atento a lo que podía suceder en el primer piso, donde estaba el presidente enfermo. Un rato antes del comienzo de la reunión de gabinete llegó el relevo de los médicos de guardia. La agenda marcaba que ese día les correspondía a los doctores Cermesoni y Scandroglio. El mal estado del general Perón hizo que el pase entre los médicos de guardia se prolongara más de lo habitual.
A eso de las diez y cuarto se hizo presente en la habitación del general Perón el padre Héctor Ponzio, capellán del Regimiento de Granaderos a Caballo quien, sin dudarlo, le administró el sacramento de la extremaunción. De repente, siendo las diez y veinte, hubo un grito desesperado, que atravesó las dos plantas del chalet y puso a todos ante la evidencia de que la hora final de ese drama había llegado. Era la enfermera Norma Baylo. Ante ello, su colega, Zulema Fernández de Corti, baja las escaleras raudamente y le pide al doctor Taiana que suba. “De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo ‘me voy, me voy’ y cayó para el suelo de costado”, escribió la mucama en su diario.
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Recuerda Taiana: “Subí la escalera de a dos y tres peldaños. Encontré al general semiincorporado en la cama, cianótico, disneico. Con voz ronca, susurrante, me dijo: ‘Doctor, me voy de esta vida… esto se acaba… mi pueblo… mi pueblo’, y luego se desplomó en los brazos de quienes lo sosteníamos. Un paro cardíaco había sobrevenido a las 10 horas y 25 minutos del 1º de julio. De inmediato, todo el equipo entró a funcionar. Cama horizontal, torso desnudo, medicación y todas las medidas de reanimación: respiración artificial boca a boca, y masaje cardíaco preesternal, enérgico y rítmico. Todos participamos por turno y afanosamente.
”Detrás de mí habían ingresado Isabel y López Rega. El ministro López Rega se adueñó de los miembros inferiores del General y, tomándolo por los tobillos, empezó a zamarrearlo mientras pronunciaba frases incoherentes: ‘Quiero retener al General en esta tierra. Faraón, siempre le di mis energías. Volvamos como antes’.
”Isabel, compungida, contemplaba y escuchaba los esotéricos mensajes. El corazón respondió a tanto esfuerzo, recobró su contractilidad, pero pocos minutos después, a las 12.15, otro paro cardíaco marcó el final de la vida del General. Observamos en las pantallas la fibrilación de las paredes ventriculares y luego un ritmo lento e irregular. Pocos minutos después, el electrocardiógrafo y el electroencefalógrafo señalaban la fatídica línea horizontal. Sin contracciones útiles, sin respiración, y las pupilas dilatadas, completaban el cuadro mortal. A las 12.30, mientras los enfermeros continuaban con vanos intentos de reanimación, Cossio y yo nos retiramos a una habitación contigua y comenzamos a redactar el comunicado póstumo.”
El doctor Seara, quien junto con los doctores Cagide, Cermesoni y Scandroglio estuvieron a cargo de las maniobras de reanimación, memora ese momento así:
“De pronto, a las 10.20 de la mañana, una exclamación, un grito, vino del hall donde estaba Perón. En el monitoreo telemétrico, observamos un cuadro de fibrilación ventricular, seguido de paro cardíaco, que coincidió con el grito de la enfermera que estaba entonces de guardia. Ella era Norma Baylo. Según algunas versiones, él presintió –dentro de su cuadro confusional– el desenlace, por lo que pronunció unas palabras que seguirán siendo siempre un misterio. Aunque Norma Baylo es creíble en ese sentido y repite que Perón dijo: ‘Esto se acabó’. Nos lanzamos todos hacia la cama y comenzamos las maniobras de resucitación que se ejecutan con cualquier paciente que presenta este cuadro, no importa de quién se trate. Lo primero que hicimos fue sacarlo de la cama ortopédica y llevarlo al piso del vestíbulo de los dormitorios. (...) Pusimos a Perón en el piso y comenzamos a efectuarle respiración boca a boca, en los primeros segundos, y masaje cardíaco externo. Se difundió rápidamente dentro de la quinta la noticia del paro cardíaco de Perón, por lo que aproximadamente en 20 o 25 minutos comenzaron a llegar distintos personajes del entorno”.
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A esa hora, la Secretaría de Prensa y Difusión emite el comunicado N° 1: “El señor Teniente General Juan D. Perón ha experimentado una brusca agravación a las 10.25 del día de hoy. Se lo asiste con todos los recursos terapéuticos requeridos”.
Continúa Seara: “Además de Isabel, que ya estaba, y López Rega, llegaron Taiana, Liotta, el doctor Cossio y también el resto de los médicos que componían el equipo, acompañados por el doctor D’Angelo que, en esa época, era el jefe de Anestesiología del Hospital Italiano y concurrió a requerimiento del doctor Liotta.
“(...) Como el masaje cardíaco externo es fatigoso para quien lo realiza, no se puede sostener más de dos o tres minutos. (...) Nosotros éramos ocho personas para masajear, todos integrantes de la guardia, y además el doctor D’Angelo, quienes fuimos los únicos médicos que intervinimos en las maniobras de resucitación. A algún otro facultativo se le atribuyó luego haber participado en esto, pero no es exacto, ya que sólo presenció, por momentos, lo que se estaba haciendo.”
A las 11.50, la Secretaría de Prensa y Difusión desinforma con el comunicado N° 2: “La reagravación del teniente general Perón se debió a un paro cardíaco que ya ha sido controlado. Se continúa con el tratamiento para lograr su estabilización”.
El relato de Seara, en cambio, consigna que: “(...) ante los repetidos fracasos de las cardioversiones eléctricas, decidimos probar con otra vía. Por la vena cubital del brazo izquierdo le coloqué un catéter electrodo para ser conectado a un marcapasos externo.
“(...) En cuanto estimulamos el corazón con el marcapasos externo, obtuvimos una señal efectiva. Fue en ese momento cuando el marcapasos pareció tener poderes mágicos, ya que López Rega me llamó aparte. Tal vez tantos días de relación, esa especie de privilegio que tuve de ese entorno, lo llevaron a que me pusiera una mano en el hombro y me dijera: ‘Si lo sacás, te hago conde’. Continuamos con las maniobras de resucitación y, cuando ya había pasado una hora y media, todos comenzamos a intercambiar miradas. Perón había recibido todo tipo de medicación cardiotónica: marcapasos, masaje cardíaco externo, asistencia respiratoria, etc. Comenzamos a mirarnos entre todos, como preguntándonos qué más hacer, pues con cualquier otro paciente las maniobras de resucitación ya hubieran sido suspendidas. (...) Muchas cosas se han dicho acerca de los rituales esotéricos practicados por López Rega: tomar a Perón por los tobillos, sacudirlo y recitar plegarias, oraciones y otro tipo de ritos. Nada de eso ocurrió. Lo único que percibí fue que, en los ambientes cercanos a donde estábamos practicando las maniobras de resucitación, se quemaba incienso en algunos receptáculos que estaban en el piso”.
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A las 12.20 sale el comunicado N° 3 de la Secretaría de Prensa y Difusión: “El Teniente General Juan D. Perón se encuentra en estado gravísimo, como consecuencia de las últimas complicaciones cardíacas. Se le suministran todos los recursos terapéuticos”.
Prosigue Seara: “El escenario era aproximadamente éste: en ese hall, dividido por una especie de pared medianera con un marco muy amplio, en una parte estábamos nosotros, que –en una superficie de cinco por seis metros, con Perón en el piso y rodeados de una gran cantidad de jeringas, catéteres, cardiodesfibrilador, medicamentos– rotábamos para realizar el masaje cardíaco externo, mientras intercambiábamos comentarios. (...) Contra la pared opuesta, en una especie de platea, más o menos a unos siete u ocho metros, estaba un grupo de personas muy cambiante, porque nadie podía soportar más de diez minutos viendo la resucitación de Perón. Eran Isabel, López Rega, Taiana, Cossio (el que más estuvo), Liotta, algunos integrantes de la custodia y ciertos ministros que no recuerdo.”
A las 13.10 se conoce el comunicado N° 4: “A la hora 13 se reagravó sensiblemente el estado de salud del Excelentísimo Señor Presidente de la Nación, teniente general Juan D. Perón”.
Concluye Seara: “Seguimos, después de ese episodio de miradas entrecruzadas, administrando medicación y masajes, pero la pupila de Perón no respondía, por lo que a las 13.30 o entre 13.10 y 13.12, yo me levanté para decidir entre todos. No había mucho más que decir. Transpirando y en mangas de camisa, mi aspecto era deplorable. La escena era impresionante y, con tanto tiempo en tareas de reanimación, lo que reinaba era un desorden de gasas, catéteres, etc. Me incorporé y les dije: ‘Me parece que tenemos que terminar aquí, ya no va más, llevamos tres horas’. (…) ‘Está bien, doctor, está bien, fijemos la hora, ¿qué hora es?’, y nos pusimos de acuerdo para anunciar las 13.15.”
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El comunicado N° 5 se difunde alrededor de las dos de la tarde:
“El señor teniente general Juan Domingo Perón ha padecido una cardiopatía isquémica crónica con insuficiencia cardíaca, episodios de disritmia cardíaca e insuficiencia renal crónica, estabilizadas con el tratamiento médico.
”En los recientes días sufrió agravación de las anteriores enfermedades como consecuencia de una broncopatía infecciosa.
”El día 1° de julio a las 10.25 se produjo un paro cardíaco del que se logró reanimarlo, para luego repetirse el paro sin obtener éxito todos los medios de reanimación de que actualmente la medicina dispone.
”El teniente general Juan Domingo Perón falleció a las 13.15 horas.
”Firmado: doctores Cossio, Taiana, Liotta, Vázquez.”
(*) Nota original publicada en diario PERFIL el 30 de junio de 2013
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